martes, 3 de marzo de 2009

Profesores del XIX en la escuela del XXI



Ahora, que para colegio del siglo XIX, el de la Trinca ;·)

Tomo el siguiente fragmento del artículo La crisis y la Universidad publicado en EL PAIS por Juan Carlos Rodríguez Ibarra el pasado 21 de febrero

Si resucitáramos a un profesor del siglo XIX y lo lleváramos a cualquier escuela o instituto convencional, ese maestro entraría en el aula y diría: "Esto es una clase, puedo empezar a impartir como lo hice siempre, porque hay alumnos sentados en fila en sus pupitres, un encerado y tizas, y un libro de texto sobre mi mesa elevada en la tarima". El error está en no entender que el alumno al que se enfrentaría ese profesor no es el alumno del siglo XIX y ni siquiera del siglo XX. Ese profesor del siglo XIX no esperaría de sus alumnos la siguiente pregunta:

-¿Por qué se cree usted que sabe más que Google? ¡Todo lo que nos ha ido contando lo encuentro en cualquier buscador, que además dice más cosas de las que usted ha dicho!

Esa nueva realidad está generando una nueva forma de entender, de comprender, de aprender, de enfrentarse al mundo, por parte de nuestros alumnos, que es necesario que los educadores, a todos los niveles, descubramos y explotemos.

No es preciso resucitar a ningún profesor del siglo XIX. En nuestras aulas no sería difícil encontrar enseñantes que pretenden enfrentarse a diario con alumnos sentados en pupitres sin otros recursos que la pizarra, las tizas y el libro de texto (complementado a menudo con fotocopias amarillentas). Profesores que desconocen la navegación en Google, que no han consultado jamás una entrada en la Wikipedia, que no han visitado un blog nunca , que ignoran que es una RSS, un repositorio, una red o un marcador social. Profesores que precisan de sus hijos menores para crear una cuenta de correo electrónico, bajarse un archivo de Internet o configurar su teléfono móvil y a los que toda esta nueva forma de entender, de comprender, de aprender, de enfrentarse al mundo, no sólamente les está aún por descubrir, sino que les provoca una tremenda, agobiante e insufrible sensación de vértigo. Sensación que consigue aliviarse notablemente a base de pupitre, encerado, tizas y libro. Y algún cursito de procesador de texto que permita quitar el amarillo a los apuntes y acercarse un poquito al siglo XX.

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